Todos esperaban grandes cosas de ella…pero nadie le preguntó que esperaba ella de sí misma. Pues bien, la verdad es que no esperaba nada. A ella lo de esperar nunca le gustó. No esperaba en los semáforos, sacaba el pollo asado del horno antes de tiempo y, si hubiera podido, se habría hecho una cesárea con un cúter para no tener que estar 9 meses embarazada. 9 meses que le cambiaron la vida. La gente dejo de esperar grandes cosas de la pequeña Alejandra, al fin y al cabo, tener un hijo a los dieciseis te estigmatiza para siempre. Empezó a leer la Superpop solo un año antes de cambiar pañales, así que ¿qué iba a esperar la sociedad de alguien que con solo dieciséis años pasa a tener dos vidas?
Quizá hubiera sido mejor que Alejandra pudiera haber tenido una vida fabulosa, a pesar de sus errores, en vez de crear dos vidas de mierda. Dos vidas que por simples convenciones sociales cubiertas de moralina vitalista, están abocadas al fracaso. Nadie espera nada de ella, pero ella ahora sí espera. Espera que algo cambie, que su vida deje de ser una tortura, que las que vengan detrás no tengan que cargar hasta la muerte con un premio que, llegado a destiempo, impedirá que ella disfrute nunca de eso que algunos llaman vivir.
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