martes, 19 de abril de 2011

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Viviendo en un mar agitado, no revuelto. En un mar sin cócteles, pero con calimocho de vez en cuando, de esos que provocan retortijones, calambres estomacales que al día siguiente te recuerdan los devaneos de la noche anterior. Viviendo en un mar repleto de olas, olas que te arrastran hasta la orilla y te hacen volver a empezar. Olas que intentan ahogarte repetidamente impidiéndote volver a la superficie. Hoy hay bandera roja, pero como todos los días, hay que salir a faenar. 

Y pasa el día entre redes enredadas y redadas policiales. Y después la noche redentora, que te hace volver al redil, que te hace darte cuenta de que has vuelto a vivir un día que no te ha ofrecido rédito. Y te redimes. De manera redundante. Pero sin éxito. Reduces la marcha una vez más y te sientes un redicho. Y te sientas en la cama, y redactas. Redondeas todos los momentos vividos y los reduces a un párrafo. Y de repente te das cuenta que la red que te envuelve ha alcanzado también tus palabras.

viernes, 15 de abril de 2011

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Donde las banderas promueven el apartheid propio y ajeno. Donde las culturas únicas, aquellas que han sobrevivido a la globalización, se convierten en arma arrojadiza. Esa gente que se siente apátrida incluso con doble nacionalidad. Continuamente en tierra de nadie. Apartados por tener una cantidad diferente de melanina.

Como alguien dijo una vez, son flores de otro mundo. Flores por las que nadie está dispuesto a dar fertilizante, flores que viven en lugares donde los endemismos no les permiten sobrevivir. Siempre en peligro de extinción, recluidas en invernaderos llamados ghettos y con plagas de racismo en primavera, pero también en otoño, invierno y verano. Esquejes en suelo árido. Pétalos y lluvia ácida. Tallos cortados. Raíces que no arraigan. Flores marchitas sin remedio.

martes, 5 de abril de 2011

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No sé que tienes, pero lo tienes. Tienes eso que hace que me fije en ti. Si te tocara, sé que sentiría electricidad. Somos de esos polos opuestos que intentan escapar pero acaban volviendo a juntarse. Quizás mañana mis labios se despegarán para decirte algo, desde luego no hoy...estoy demasiado consciente. 

Sé que habrá días donde la oscuridad devorará mis ojos, y espero que estés ahí para ser mi luz. Acompañándome de la mano hasta el final del túnel. No me importa que el camino sea eterno, cogido de tu mano todo se me hace corto. Y habrá días que no serán tan oscuros, solo nublados. Esos días donde tu risa hará que el sol vuelva. No sé si quiero saber quién eres, quizás entonces la magia se rompa. ¿Hablar o callar? Deja de reírte o me habrás convencido.

sábado, 2 de abril de 2011

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Cuando mejor se escribe, o se pinta, o se canta...es desde el odio, el inconformismo, la rabia, la violencia. En períodos de guerra. O cuando ésta acaba y los vencidos ocultan versos de esperanza entre los folletines. Y es que cuando el alma rota se despoja del cuerpo, afloran todas las pasiones. Las vivencias. La sangre. El olor a pólvora. Y, finalmente, todo lo perdido.

Solo ahí el arte consigue llegar a su punto álgido. Donde no importa lo estético o lo estilístico. Donde da igual verso alejandrino o puntillismo. Donde cada palabra es un puñal y cada pincelada una fosa común. Donde la siempre injusta muerte significa ansia por volver a luchar de nuevo. Esa pacífica lucha de todos los supervivientes, con su aguda vergüenza y sus cabezas llenas de pájaros, pájaros que nunca volverán a encontrar nidos que les acojan.

Hoy podemos decir gracias a todos esos artistas. Por sus noches pensando hasta dónde puede llegar la crueldad del hombre. Sus despertares con la esperanza de que lo que escriben o pintan sirva de inspiración para las generaciones venideras. Soñando que algún día algo empiece a cambiar. La pólvora ha vuelto a explotar. Prepárate, mundo.

viernes, 1 de abril de 2011

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Porque no hay polla más dura que la vida ni coño más húmedo que mis sábanas al avecinarse temporal de lágrimas. Todos hemos usado el sexo como vía de escape a la apatía que puebla el calendario. Dejar atrás los problemas en camas anónimas con sábanas sin etiqueta. Sí, esas mismas sábanas en las que lloras cuando se van. Sólo en la cama puedes tocar a la vez el cielo y el suelo. Allí es donde la caída es más fuerte, donde un orgasmo te acaba haciendo trizas al cerrarse la puerta.

Todo esto le contaba yo a mi almohada aquella noche, y no debió gustarle mi cantinela, porque al día siguiente me levanté con tortícolis. Y así paso los días aquí tumbado, entre agua ligeramente salada, olores sin cara y collarín de vez en cuando. Creo que  me paso al sofá.