jueves, 30 de junio de 2011

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Hace rato que perdimos el cara a cara, ahora me sonríes por webcam. Converso contigo de manera virtual. Mañana podíamos ir de cañas online. Ya no viajamos como antes, no peleamos por billetes low cost a Londres porque podemos ser dos hologramas más en Picadilly Circus. Ya no me das besos, caricias y abrazos, sino ciberbesos, cibercaricias y ciberabrazos.

El mundo es en teoría un lugar de disfrute eterno, los ordenadores solucionan todos los problemas que se le plantean a la sociedad. No hay que trabajar, no salimos a correr, no compartimos litrona en ningún parque. La actividad más emocionante que hice ayer fue escribir una lista de palabras sobreesdrújulas. Todo es gris y frío, y por supuesto, todo está esterilizado. 

Ya no existen las enfermedades, aunque hay gente que las echa de menos, porque la vida es tan monótona que la tasa de suicidios sube como la espuma. Cuando cada día es exactamente igual que el interior, el vivir pierde todo su sentido. De hecho, hace unas semanas y a pesar de las numerosas protestas de la minoritaria Iglesia Católica, el Parlamento legalizó la eutanasia por aburrimiento. El disfrute que nos vendieron es ahora una cortina de humo que se esfuma. Morir de viejo no era tan bonito como lo pintaban.

El pluralismo cultural desapareció hace años y se llevó consigo las minorías sociales, pero convivir en una aldea global no nos ha hecho iguales. Al contrario, ha hecho las diferencias mucho más palpables. Perdón, ciberpalpables. Tras la Tercera Guerra Mundial de 2023, China fue sometida por las potencias occidentales, y se utiliza únicamente como lugar de producción y reparto de mercancías. Taylor y Ford estarían orgullosos.

En 2036, el G-8 decidió atacar a los países de la OPEP. Los disturbios en las ciudades se multiplicaron, las ONG hicieron su papel y la transparencia informativa fue total, pero el hecho era que no quedaba petróleo: nuestro mayor temor durante décadas acababa de hacerse realidad. La tecnología no tardó en encontrar un combustible alternativo, pero ya era demasiado tarde para aquellos países, hoy devastados. Esos países que vieron reflejada, en hospitales sin techo y cosechas arrasadas, toda la ira del capitalismo aferrándose a su viscosa materia prima.

Hoy, 30 de junio de 2043, el mundo es algo uniforme y monótono, y solamente el consumo de drogas consigue alegrar a los aburridos habitantes de la Tierra. Pero incluso eso acaba aburriendo. No quiero seguir así. Seguramente me encarcelen por recuperar la escritura a mano, ahora ilegalizada, pero quiero que algo cambie, necesito volver a mi infancia. Ahora tus besos solo me saben a pixeles y tus ciberpolvos acaban en error 404.

sábado, 25 de junio de 2011

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Quien juega con fuego se quema, me decían las cenizas al apagar el último del día. Entonces me di cuenta. Solo ellas podían saber con absoluta certeza que era eso de jugar con fuego y acabar chamuscado. Ese día tuve que encender dos o tres veces cada cigarro que me llevaba a la boca. ¿Un mechero sin gas? No, solo el deseo de aferrarse a la vida antes de acabar aplastados en cualquier recipiente.

Ya que mi dolor de muelas no me dejaba dormir, me puse a pensar. Comprendí que la vida de los cigarros se basaba únicamente en esperar la chispa. Afortunadamente, yo no soy un cigarro (creo), así que no tengo tanto miedo como ellos a jugar con fuego. No descendemos del ave fénix, pero todo mito tiene parte de verdad, y sin duda todo humano tiene la capacidad de resurgir de sus cenizas.

Si fuera un ser racional, te diría que evitaras el fuego cuando existiera riesgo de quemaduras. Pero como perdí la cautela (y la cordura) hace algunos capítulos, voy más allá y te digo: QUÉMATE, INCINÉRATE, ABRÁSATE, INCÉNDIATE. Nunca dejes de buscar el calor, porque el único momento en el que un hombre debería sentirse frío es cuando esta enclaustrado entre cuatro paneles de roble. No te preocupes si sobrepasas el límite, para algo existe el hielo.

Tras tantas tribulaciones, me cansé de hablar con cenizas inertes y entró por la ventana esa ráfaga de aire que anuncia el final de la noche. Hoy me gritaba que debía dormirme antes de que el sol de la mañana sudorosa me salpicara. Qué duras son a veces las noches de verano.

jueves, 16 de junio de 2011

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La vida tiene esa extraña capacidad de sorprenderte en el momento apropiado. Hoy, a mi madre se le ha ocurrido enseñarme una película que grabaron ella y mi padre cuando su espíritu todavía no tenía canas ni arrugas. El filme no pasará a la historia del séptimo arte, pero a mí algo me ha marcado: ver sus sueños de juventud en 8mm. No conocéis a mis padres, pero si les conocierais, os parecerían tan normales como el resto de las personas que te encuentras en el supermercado un jueves cualquiera.

Si conocierais a papá, no se os pasaría por la cabeza pensar que mi padre fue el primer sordo que hizo Selectividad en España. Que viajó a Nueva York y estuvo tres meses vagabundeando sin rumbo y sin dinero. Que ganó un campeonato nacional de ping-pong para sordos y escribió cinco libros. Que hizo millones de fotografías que en su momento rellenaron las descascarilladas paredes de algún centro cultural y las mohosas páginas de alguna revista.

Si conocierais a mamá, no se os pasaría por la cabeza pensar que escribió veinte obras de teatro. Que pintó cientos de cuadros y dejo la Universidad a falta de cinco asignaturas. Que fue  una mujer irreverente, con su pelo corto, su jersey XL y su botellín de cerveza. Que pretendía no perder nunca sus ansias de cambio y se hacía fotos desnuda durante el embarazo. Que siempre se alejó de los dogmas establecidos para encontrar su felicidad particular.

Yo, que creía conocerlos, más que alegrarme por cada cosa nueva que descubro de su pasado, me entristezco. Porque al final cayeron en la rutina en la que caen todas las personas que temen fracasar haciendo lo que realmente les gusta. Espero que no sea genético, que nunca llegue a heredar el único error que realmente temo: el acabar trabajando en una aséptica oficina por pensar que lo que escribo es papel higiénico y lo que fotografío, papel higiénico satinado. 

Sé que es difícil continuar cuando el depósito de la esperanza se queda sin reservas, pero me hubiera gustado estar ahí para empujar a mi padre y a mi madre. Estar ahí para gritarles que no dejaran de hacer aquello que les llenaba. Para rellenar su cerebro de nuevas ideas.  Para advertirles de que la mediocridad esperaba latente el momento adecuado para devorarles. Ahora es tarde, por más que intento reactivar conexiones neuronales, su espíritu joven se echó a dormir hace tiempo y ya no tiene ganas de despertar.

sábado, 11 de junio de 2011

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Sol. Una plaza donde rastas y canas se entremezclaban, y el Chanel Nº5 convivía con el humo de algún porro escurridizo. Individuos con ideologías dispares, apolíticamente correctos, hartos de un sistema que había dominado nuestras vidas sin que nos diéramos apenas cuenta. Todos teníamos lágrimas en los ojos al ver lucha pacífica en las calles, protesta en silencio y manos en el aire.

Pero las lágrimas duraron poco. Pronto, la verdadera esencia del ser humano escapó de los poros. Todos secamos rápidamente nuestros ojos y dejamos de entonar el mismo son para reivindicar a gritos todo aquello que pensábamos. Y el grito nunca significa democracia, porque implica dejar de escuchar las palabras de aquellos que no pueden hablar tan alto.

Sin darnos cuenta, nuestra plaza se convirtió en la Torre de Babel del siglo XXI, dividiéndose el cántico colectivo en múltiples canciones que nunca volvieron a sonar igual de fuerte. Parecía que todo seguía teniendo sentido si el camping municipal continuaba, pero era un simple espejismo que no queríamos asumir. Las asambleas se convirtieron en Sálvames Deluxe improvisados, los carteles empezaban a despegarse y la lluvia no pudo impedir que las plantas del huerto se secaran de tanto llorar. 

Conseguimos demostrar de nuevo que los paradigmas de nuestra especie son la individualidad y el instinto de supervivencia. Ni democracia real ni mierdas, dejamos patente otra vez que no nos importa pisar al resto con tal de conseguir nuestros objetivos individuales. Sí, estábamos todos indignados, pero cada uno a su manera.

Ni siquiera fuimos capaces de sacar un mínimo rédito electoral a nuestras protestas. Hemos inundado de azul el mapa, y cuando el agua nos llegue al cuello nos arrepentiremos por todo lo que no hicimos entonces. Por ser incapaces de crear una inteligencia colectiva, por preferir el monólogo al diálogo, por intentar solucionar las cosas a través de cauces inadecuados. 

Todos bajo el mismo Sol, pero unos con crema y otros bajo la sombrilla. Y yo decepcionado una vez más porque la cohesión y el respeto continúan siendo conceptos utópicos. Quizá esta reflexión sea tardía pero prefiero opinar cuando la intensidad fallece, cuando los ideales se desdibujan, cuando la masa se desintegra. Cuando el Sol se marcha y nos muestra la verdadera oscuridad. Esa oscuridad en la que desgraciadamente seguimos inmersos.

sábado, 4 de junio de 2011

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Odio ver cortos, medios, largos. Odio leer panfletos, revistas, libros. Odio las tertulias sobre teatro. Odio las asambleas y cualquier propuesta de debate. Odio al Muy Interesante, a Babelia y al jodido Punset. Odio que en el metro haya putos papeles colgados en los vagones con fragmentos de poemas. Odio cruzarme con la 2 cuando intento hacer zapping entre la 1 y Antena 3. Odio los museos, las salas de exposición y también odio algún graffiti que otro. Odio incluso a esos porros que conllevan cavilaciones. 

En resumen, odio toda esa cultura que me persigue día a día. Y no la odio porque no me guste disfrutarla, la repudio porque me recuerda que mientras muchos están ahí fuera en el mundo haciendo cosas, yo estoy postrado en la cama viéndolas. En serio, odio ser un sedentario de catálogo. Y mira que intento justificarme pensando que mis ideas son una mierda y que moverme no servirá de nada. Incluso a veces escribo textos como este para demostrarle al mundo que tengo algo que decir aunque él se tape los oídos.

Ni siquiera me sirve de justificación el pensar que la mente de la mayoría de la gente que conozco tampoco se mueve. Esos que van al cine todos los sábados a ver engendros audiovisuales con tal de que después vengan tres rondas de cañas, los que leen libros en el cercanías solo cuando su mp3 no tiene batería, los que compran el periódico un jueves cualquiera porque su mujer necesita papel para limpiar las ventanas.

Al fin y al cabo siempre seré un vago y un inútil, porque por mucho que me repita que tengo que leer las columnas de opinión en los periódicos, al final siempre acabo en la página de contactos.