jueves, 21 de julio de 2011

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Hoy ha sido un día traumático, la verdad. Tengo que entregar papeleo basura para la universidad, y mientras buscaba los susodichos documentos, he encontrado la sentencia de separación de mis padres. Sinceramente, nunca pensé que un pliego de folios pudiera guardar dentro tanto odio, tanto rencor, tantas puñaladas. Han pasado muchos años, pero todavía no consigo entender por qué mis padres se casaron, y menos aún por qué esperaron doce años para separarse. Echar dos vidas por tierra  a cambio de dormir abrazados el primer mes.

Evidentemente, lo que mal empieza, peor acaba, y de la basura no suelen salir flores. El caso es que en mi familia separamos la basura. Del vidrio salí yo, frío y frágil como el cristal, y de la basura orgánica salió una flor, una pequeña Matilda rodeada de colillas, raspas de pescado y restos de macarrones. La verdad es que mi familia se parece bastante a la de Matilda, aunque a mi hermana nunca le han gustado las bibliotecas y no sabía hacer tortitas con cuatro años. De todos modos, espero que algún día venga una señorita Honey a sacarla de esta escena de desequilibrios mentales, salvándola siempre de todas las Trunchbulls que obstaculicen sus sueños. 

Ella me lo reprocha a menudo, pero yo seguiré intentando que sea todo lo que yo no pude ser y haga todo lo que yo no pude hacer. Acepto que yo he perdido millones de cosas por mis esquizofrenias esporádicas y aleatorias, pero ahora está en mi mano que ella no las pierda también. Disfruta del Brighton que yo siempre soñé, pequeña Miss Sunshine.

martes, 19 de julio de 2011

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Siempre he pensado que las personas que dedican su vida a escuchar son mucho más interesantes que las que se dedican únicamente a hablar. Cuando hablamos, nuestro ego celebra un festín y rellena el cerebro de vivencias y recuerdos propios que nos eximen de disfrutar los pequeños matices de la vida, los que a menudo se nos escapan. Para mí, la mejor definición de antonimia surge cuando contrapones hablar y escuchar.

Solemos infravalorar  a las personas que escuchan, pero normalmente son las más sabias. Son tan sabias que se divierten planteándonos un reto, en ocasiones inconsciente. Nos invitan a comprenderlas a través de los diminutos resquicios que suelen dejar. Anímate a descifrar y analizar sus escasas palabras, porque seguramente serán la mejor síntesis que puedas encontrar sobre lo que te preocupa. Muchas veces sentirás que hablas con una pared, hasta que llegue ese momento en que te das cuenta de que es ese ser el que mejor te conoce.

Si conoces a alguien así, no le utilices como un terapeuta de saldo e intenta mantenerlo a tu lado. Las personas que escuchan son las que te enseñan a disfrutar los silencios, las que saben cómo te encuentras únicamente por el tono que utilizas, las que conocen tus facciones tan profundamente que solo con un pequeño cambio notan que necesitas un abrazo.

Desgraciadamente, conocer a la primera persona de este tipo que apareció en mi vida me convirtió temporalmente en un charlatán subnormal. La cagué, como de costumbre. Pero tras la pertinente reflexión, aprendí a escapar de las palabras superfluas, a convertir los silencios incómodos en momentos de pausa.

Ahora es tu turno. Te toca salir a la calle a buscarlos. No tardarás en darme las gracias por empujarte a aprender a conversar respirando, por ayudarte a descubrir lo mucho que se puede transmitir únicamente con una mueca. 

miércoles, 6 de julio de 2011

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Desde pequeño he intentado basar mi existencia en no dejar indiferente a nadie. Siempre intenté ser único, engrosar la lista de ese selecto grupo de personas que son amadas y odiadas a partes iguales. Como de costumbre, la realidad me dio una buena ostia. Sin darme cuenta, llevaba ya unos cuantos años dejando indiferente a todo el mundo. No era único. De hecho, era de esos amigos que si están, bien, pero si no están, en realidad nada cambia. Cuando me di cuenta, intenté volverme único otra vez. Y pensé que la mejor manera de lograrlo era radicalizar todos mis actos, para que la gente se mostrara a favor o en contra, pero nunca siguieran adelante sin girar la mirada. 

No funcionó. Siempre me he sentido vacío, y cuando he comenzado a sentirme lleno, alguien me ha pinchado y me ha vaciado de nuevo. Y ahora estoy, una vez más, en el punto de partida. Cada vez tengo menos herramientas a mi disposición, y los mundos que creo son progresivamente más frágiles. Mundos sin cimientos que pueden derrumbarse con un ligero temblor de tierra.

Una vez al año no hace daño, pero una al mes, demasiado es. (Harto). Sí, entre paréntesis. Para darle un toque distinto a algo que se repite demasiado. Vida, aburres.