viernes, 25 de marzo de 2011

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Llegar tarde es algo inherente a mi persona. Siempre me retraso. Espero no llegar tarde a vivir. Que no me dé tiempo a disfrutar, que me quede dormido, que el último tren de la noche pase por delante de mis narices. Que cierren todos los bares antes de despertarme, todos los parques, los bancos, los chinos. Que estén en obras todas las bibliotecas, también las que abren veinticuatro horas. Incluso que se cierren por liquidación todas las piernas.

Que no tenga fuerzas para correr, porque me pesan las botas, o los riñones, o yo que sé. O que mi sonrisa se quiebre y no le dé tiempo a volver a reconstruirse, y verme un día en el geriátrico lamentándome de lo imbécil que fui. Podía haber sido feliz si hubiera salido antes de casa. Si hubiera cogido aquel tren. Ahora es tarde. Otra vez será.

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