sábado, 26 de marzo de 2011

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Hoy, mientras iba en el Cercanías hacia la Universidad, he mirado por la ventana. He visto un poblado chabolista antes de la estación de Villaverde Bajo. He pasado por aquí dos veces al día durante más de seis meses, y nunca me había dado cuenta. No es pequeño. Tampoco grande. Me avergüenzo un poco por no haberlo visto antes, y vuelvo a mirar hacia mi libro.

La pobreza se esconde detrás de casi todas las esquinas, aunque no nos percatemos, con su determinismo biológico, su absentismo escolar y sus hurtos en el Carrefour Express. Da pena. Saber que están solo a quince minutos de la Universidad. Lo bien que les pillaría ir hasta allí. Llegarían siempre puntuales, con su manzana en la mochila. 

Es triste saber que la combinación de la marginación social y su propia auto-exclusión les mantendrá ahí eternamente, reproduciendo durante años un ciclo generacional que no beneficia a nadie. 

Es triste saber que su única mudanza será cuando a Esperanza le aburra que al otro lado de las vías, enfrente de su querida Caja Mágica, haya un poblado chabolista. Y no, no será una mudanza con camiones repletos de cómodas y lámparas de mesa. Será una mudanza con excavadoras que destrozarán lo poco que poseen. 

Es triste saber que sus hijos harán exactamente lo mismo, dormir la siesta escudriñando los huecos de luz que dejan las grietas de los cartones y las planchas de PVC del techo. Despertando entre escombros y chatarra. Esperando un mañana mejor que nunca llega.

Y es triste saber que nuestros gobiernos se empeñan en hacer de la gente pobre, gente nómada. Ese no es el problema de base. Pero bueno, mientras pasa el tiempo, pueden seguir jugando al gato y al ratón hasta que estos nómadas contemporáneos consigan descubrir un sitio donde la imagen de la ciudad no se vea deteriorada. O hasta que venga el Sarkozy de turno y les mande a mendigar a otra parte, claro. Por mi parte, buenas noches. Y ojalá que buena suerte.

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