martes, 19 de julio de 2011

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Siempre he pensado que las personas que dedican su vida a escuchar son mucho más interesantes que las que se dedican únicamente a hablar. Cuando hablamos, nuestro ego celebra un festín y rellena el cerebro de vivencias y recuerdos propios que nos eximen de disfrutar los pequeños matices de la vida, los que a menudo se nos escapan. Para mí, la mejor definición de antonimia surge cuando contrapones hablar y escuchar.

Solemos infravalorar  a las personas que escuchan, pero normalmente son las más sabias. Son tan sabias que se divierten planteándonos un reto, en ocasiones inconsciente. Nos invitan a comprenderlas a través de los diminutos resquicios que suelen dejar. Anímate a descifrar y analizar sus escasas palabras, porque seguramente serán la mejor síntesis que puedas encontrar sobre lo que te preocupa. Muchas veces sentirás que hablas con una pared, hasta que llegue ese momento en que te das cuenta de que es ese ser el que mejor te conoce.

Si conoces a alguien así, no le utilices como un terapeuta de saldo e intenta mantenerlo a tu lado. Las personas que escuchan son las que te enseñan a disfrutar los silencios, las que saben cómo te encuentras únicamente por el tono que utilizas, las que conocen tus facciones tan profundamente que solo con un pequeño cambio notan que necesitas un abrazo.

Desgraciadamente, conocer a la primera persona de este tipo que apareció en mi vida me convirtió temporalmente en un charlatán subnormal. La cagué, como de costumbre. Pero tras la pertinente reflexión, aprendí a escapar de las palabras superfluas, a convertir los silencios incómodos en momentos de pausa.

Ahora es tu turno. Te toca salir a la calle a buscarlos. No tardarás en darme las gracias por empujarte a aprender a conversar respirando, por ayudarte a descubrir lo mucho que se puede transmitir únicamente con una mueca. 

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