domingo, 18 de septiembre de 2011

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Follar en secreto por primera vez es como fumar con doce años, beber con catorce, meterte una raya con diecisiete, pincharte con veintiuno, rehabilitarte con veinticinco o volver a pincharte con veinticinco y dos días. Intentamos hacernos creer que recordamos esas cosas porque es la primera vez que las hacemos, porque son puntos de inflexión en nuestra vida. Mentira. Las recordamos porque nos encanta juguetear con los límites. 

Donde hay prohibición hay deseo. No lo digo yo, lo dice Freud. Bueno, y yo también lo digo, por esas dicotomías que se plantean de vez en cuando. Aprendí que en la batalla entre pene y moral, es el pene quién lleva la sangre. La moral, si no es lo suficientemente fuerte, se diluye entre plaquetas y leucocitos revolucionados. Y jadeas, y sudas, y respiras más fuerte de lo normal, pero tu moral, a base de polvazos antibióticos, espera en la sombra para ganar la batalla.

Y un buen día, zas. Te das cuenta de que tus valores abandonan el ostracismo. Y te intentas desperdiciar de ellos para seguir con la fiesta. Pero no puedes. El morbo no dura eternamente, y es hora de volver al mundo real. Y caer, y asumir las consecuencias, y aprender a levantarse. Gracias a Dios que todavía no tengo veintiuno, porque contra mi falo puedo luchar, contra la heroína no.

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