martes, 20 de diciembre de 2011

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Jamás pensaste que echarías de menos depilarte las piernas. Ni bajar al pilón, ni tragártelo todo y tener que sonreír después. Joder, que tú eras de las que la chupaba con condón. Pensaste que echarías de menos los paseos de jueves, los besos a pleno pulmón y el sonido de la radio del coche en los viajes. Pero no, resulta que era el sexo quien engullía toda la nostalgia. Solamente pensabas en sentir una vez más el nirvana de los mañaneos, donde no erais ni ying ni yang, ni sexo tántrico, sino simplemente un ente único.

Ahora te cuesta recordar que había polvos más allá del ecosistema bajo tu sofá. Olvidas su antigua acepción, el éxtasis que sentías al correrte al unísono. Poco a poco has intentado borrar el amor carnal para recordar cafés asépticos, helados compartidos y cenas en el Ginos. Lo que hace especial una relación es lo íntimo, el porro de después, abrazarse cuando la calefacción se ha estropeado. Ahora no recuerdas ni una cosa ni la otra. Nada queda, y los tiempos donde podías hacer un mapa de sus lunares han quedado lejos.

Maldices el día en que decidiste romper con todo. Te insultas por haberte dejado dominar por el miedo. Hoy, reduces la importancia de la fidelidad y perdonarías cualquier error de manera inmediata, pero ya no quedan más que cenizas. De hecho, incluso las cenizas te dejaron de lado, porque el viento de Noviembre te las arrebató con un ligero soplido.

Te repites que hay muchos peces en el río, pero ni tú misma te lo crees. Las camas anónimas saben distinto. Muchos peces, demasiados, pero su anzuelo te arrancó el corazón y ahora esperas que una red te recoja y te desprecie por inerte. Solo te queda ahogar tus penas, pero tus lágrimas son parte del mar, y te cuesta sentirte especial. Intentas salir a respirar, pero es demasiado tarde, y pides ayuda, pero nadie escucha. Todo se esfuma, y la nada te absorbe. Tu despedida sabe a sal y a sangre. Al fin estás tranquila.

Adiós, pequeña, adiós.

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