DEMOCRACIA (Del lat. tardío democratĭa, y este del gr. δημοκρατία).
1. f. Forma de gobierno en
la que el poder político es ejercido por los ciudadanos.
Desde la platea, visionó durante meses el espectáculo que
tenían montado ahí dentro. Supone que todo se ve mejor desde fuera, en
perspectiva, enfocando con rigor, desde otro punto de vista. Desde dentro se ve
todo peor, más difuso, y la profundidad se limita a lo que permite el
horizonte. Y desde fuera, se había dado cuenta de que algo se había estado
desplazando poco a poco.
La señora democracia se miraba, pasota, a un espejo de los
de Valle Inclán, de los que te deforman y no te dejan recordar como eras antes
de ser violada. Decreto a decreto la habían convertido en sumisa, y la mancillaban
repetidas veces mientras gritaban que el sexo era consentido. Como quienes
dicen poseer a una mujer en Oriente Próximo, y al final acaban convenciendo al resto de
que tienen derecho a anularla, a actuar en su nombre.
Se buscaba, irreconocible, la señora democracia, cubierta de un
barniz que no dejaba entrever ni grietas ni arrugas. Se dio cuenta de que lo
que fallaba no era el maquillaje, no fallaban las montañas de papeletas los
años bisiestos. Lo que se había vaciado eran sus cimientos, que ya no tenían
sustrato, no existía pueblo. Al final, los ciudadanos habían permitido que
los gobiernos actuasen con ella como un truhan iraní. Habían consentido que
lapidaran sus derechos, y muchos sonreían dichosos mientras cogían
guijarros del suelo. Porque solo se puede persuadir al pueblo tirando cantos
rodados. Los bloques de granito nunca han sido muy discretos.
Hace muchos años ya desde que le abrieron la puerta a la señora democracia. Entró casi sin llamar, con ilusiones, y la encerraron dentro. Hoy vive en un zulo, turnando su mirada entre el espejo y las rejas de la ventana. Desde allí veía que su país dejaba de defender el Estado del Bienestar y agachaba la cabeza, con una inaudita connivencia, frente al nuevo Estado policial.
Siete reformas educativas después, era hora de que los ciudadanos se dieran cuenta de que cada día les ponen el pie en el cuello para que caminen en fila india y sin montar jolgorio por las pestilentes aceras de la urbe. Cada día más tontos y más sumisos, más totalitarios y más confusos.
El pueblo ha dejado de emanar soberanía para sustituirla por
un hedor insoportable. A rancio, a casa con humedades, a pescado adquirido en
el 78. Lo más lógico sería pensar que de la degeneración democrática tiene que
nacer, necesariamente, una regeneración. En un tiempo donde cada día surgen
revoluciones tecnológicas y hordas de widgets, olvidamos revolucionar lo que de
verdad nos rige, nos encauza y hoy, lo que nos domina.
La señora democracia siempre fue más de debates incendiarios
que de incendiar contenedores, pero desde que la deconstrucción había saltado
de los fogones a la Constitución, empezó a cagarse en todos los Adriás y
Redzepis que ocupaban su casa. Su hemiciclo. El de todos. Pudimos aceptar que
nos mearan encima, perjurándonos que llovía. Pero tras la lluvia no hubo brotes
verdes, y aún así, muchos parecen dispuestos a tragar y sonreír.
Nos han quitado a la nueva Pepa, a la que intentamos
construir entre todos, en una época donde la memoria, teñida de sangre, nos
hacía tender la mano al consenso aunque fuese tapándonos la nariz y con los ojos
cerrados. La señora democracia estuvo siempre orgullosa de que en los colegios
españoles se presumiera de una Transición ejemplar que servía de referente en todo el mundo.
Por mirarnos el ombligo desde entonces, ni
nuestros colegios ni nuestros decretos-ley son hoy referentes para nadie. La señora democracia se lanza
decidida a romper el espejo y a echar las rejas abajo. A invadir con su espíritu
a todos los que pasan por la calle y a soñar con que sus vástagos recuperen lo
que nunca dejó de ser suyo.
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