Para salir de una estación de tren puedes elegir entre las
escaleras de la derecha y las de la izquierda. Llevan al mismo sitio, pero
siempre está bien poder decidir por qué camino llegar a la salida. De hecho,
a veces paramos tras los tornos para tomar una concienzuda decisión o, después
de unos días descendiendo por la derecha, nos rebelamos contra nosotros mismos
y bajamos con ansia por la izquierda.
La política española funciona tradicionalmente de la misma
manera. Los hay maniáticos, de ideas fijas, infectados por la neurosis, de
senda inamovible, de fichar en la urna. Otros bajan de manera alternativa por
unas o por otras, o escogen aleatoriamente, de manera visceral, tirando un par de dados al aire.
El problema es que algunos viajeros se dieron cuenta de que
ambas escaleras llevaban al mismo destino. Y se encontraron atrapados en el
andén, porque no querían bajar ni por una ni por otra. Los trenes seguían
pasando, y la mayoría continuaba escogiendo un tramo de escaleras para
continuar su caminata. Sin embargo, el goteo de insumisos se fue acumulando junto
a la vía, negándose reiteradamente a elegir entre dos caminos aparentemente
divergentes pero que comparten el último escalón.
Una muchedumbre grita a los que permanecen en el andén que
una de las escaleras está más cuidada que la otra, que está adaptada para
minusválidos, que tiene una papelera a mitad de tramo. Otro grupo contesta,
enfurecido, que su escalera conserva impecables las trazas del granito, que
ningún escalón está roto, que el tramo que custodian está construido por
Calatrava. El primer grupo vocifera que todo eso es una sarta de mentiras, que
nada de lo que Calatrava construye con nuestro dinero consigue mantenerse en
pie. Los rivales contestan que construir
dos tramos de escalera ha sido, sin ningún ápice de duda, un nuevo
despilfarro.
Los rebeldes escuchan pero ni se molestan en contestar, y
siguen resistiendo bajo las lámparas de tungsteno. Empiezan a preguntarse por
qué permanecen allí, por qué continúan quietos. Algunos se solidarizan con su
causa, y desde el otro andén, el que no obliga a elegir entre dos tramos de
escaleras, reparten vítores y aplausos. De repente, un chaval sentado en el
suelo que había permanecido en silencio hasta entonces, decide levantarse y
recordar a sus compañeros que están legitimados para construir nuevas escaleras
sin limitarse a elegir entre un puñado de sendas establecidas.
Algunas plañideras del idealismo lloran de emoción, muchos
sonríen con complicidad mientras escriben un tweet y otros deciden cruzar las vías de
manera apresurada y son arrollados. Tras el obligado luto que acompaña siempre
a los que pecan de irreflexivos, los que permanecen vivos deciden tirar todas sus
pertenencias a las vías para construir un dique que les permita pasar al otro
lado. Trabajaron juntos con un horizonte tan firme y definido que la cohesión
permaneció incorrupta, presa del potente adhesivo que supone la unión ciudadana.
Era su estación, eran sus vías y eran sus escaleras. Nadie tiene
derecho a poner placas en un tramo de escalera, nadie puede apoderarse ni de
una papelera ni de un mísero fluorescente. Las medallas que otros portaban con
orgullo eran también suyas. Comprobaron el recurrido tópico de que la unión
hace la fuerza, y cruzaron las vías con decisión hacia la salida, demostrando
que nunca debemos pensar que construir otro camino está fuera de nuestras
competencias como súbditos. Si no se hubieran unido, habrían sido incapaces de
construir un nuevo puente. El disidente podría haber sido detenido e incluso
encerrado.
Pero no se puede encerrar a una masa que exige una nueva
ruta, un acceso que no beba de errores estructurales del pasado. Una multitud
que reivindica una escalera que por fin ascienda, para dejar atrás las anteriores,
aquellas que descienden frenéticamente para convencernos de que está
justificado que vivamos en un infierno eterno.
Ya estamos obligados a construir una escalera nueva eliminando todas las mierdas de las viejas. Enhorabuena por tu texto, jodidamente actual.
ResponderEliminarMuy bueno Juanra.
ResponderEliminarEnhorabuena por esta entrada. Hay dos "escaleras" en el poder. Pero lo peor de todo es que estas "escaleras" pasan las leyes, entre otras el que no se puedan construir otros partidos, debido a la desproporcionalidad electoral. Si un partido minoritario recibe 1000000 de votos, puede recibir por ejemplo un octavo de escaños que el que recibe 2000000 (estos ejemplos son ilustrativos, aunque la cosa funciona realmente así).
ResponderEliminarOtra vez, muchas gracias.
Que grande tío. Tu texto ha sido elegido por nuestro profesor para hacer una contraargumentación. Espero que me salga tan bien como a ti.
ResponderEliminarMuchas gracias!!
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