martes, 1 de febrero de 2011

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El otro día en clase, nos mandaron lo que yo predije como los deberes más absurdos de la historia mundial de los deberes. Teníamos que darnos una ducha y al salir, dibujar el contorno de nuestra cara en el espejo repleto de vaho. Cuando empecé a trazar la línea, todo el sentimiento de absurdez se fue evaporando como hielo en el asfalto. Encontré una parte de mí escondida tras el vapor, el otro yo, enfrentados cara a cara. El que vive al otro lado de lo borroso, de lo impreciso, de las dudas. El individuo que estaba tras los desdibujados trazos de mi reflejo, sonreía. Me dieron ganas de romper el espejo y preguntarle que tenía que hacer para pasarme al otro lado, pero como tantas veces en mi vida, no tuve valor y mientras cavilaba todo el vaho se esfumó. 

Me di cuenta así de cómo era yo en realidad, con mi objetivo vital constante de alejarme de todo lo que veo borroso por el miedo a que no me guste lo que encuentre tras las dioptrías. Un cobarde empedernido incapaz de luchar por lo que le importa, que se rinde al menor atisbo de duda, que huye kilómetros para no enfrentarse a todos los espejos que presencia en su vida. Espejos que siempre se acaban rompiendo.

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