domingo, 27 de febrero de 2011

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Echo de menos el humo y tu sonrisa tras la barra. Vaya, el puto láser me acaba de abrasar un ojo. Y de repente apareces detrás de un montón de botellas de Brugal de garrafón. Y pones esa sonrisa inclinada que tan nervioso me pone, esa que hace que este antro se convierta en el club de moda de la ciudad. Porque mi filosofía es ese labio 45º desplazado hacia la derecha y mi forma de vivir son tus pupilas, o tu tabique nasal, o lo que sea. Yo te dejaría que me llevaras aquí, allá o a cualquier otro lado. Mierda, haces un signo para que vaya hacia la puerta de los baños. Y entramos. Y caigo. Tus huellas dactilares clavadas en mi espalda. Y después de que te vayas, vuelvo a caer, literalmente, porque me he resbalado con los cristales de una copa que había en el suelo. Mierda, no era una copa, era mi puto corazón joder. Llamaría al 112, pero su diagnóstico sería intoxicación etílica, y ese es ahora el menor de mis problemas.

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