lunes, 6 de febrero de 2012

/60/



El último polvo había sabido a gloria. Tres horas y dos porros después, estoy inmerso en esa asquerosa situación de tener que ducharte y no poder hacerlo. Me encanta esa colonia, y lo sabes, y por eso te la pones. No quiero desprenderme de ese olor, no me importa deshidratarme hasta que alguien me sacie de nuevo. Además, has sembrado besos en mi cuello y quiero dejarlos florecer, ver como se multiplican, regarlos día a día con sudor y escalofríos a partes iguales.

La bañera mataría todas esas esporas, y no quiero que ningún sumidero me arranque pasiones recientes a bocanadas. Qué bien me hubieran venido aquellas bocanadas mientras desfallecía intentando aferrarme a tu espalda para no caer. El caso es que acabé cayendo, para variar. Y volví a darme cuenta, una vez más, de que las películas de miedo solo sirven para justificar abrazos. Sigo repitiéndome que no debo creer en el amor a primera vista, pero por si acaso, y para dejar de estar solo, suelo mirar más de una vez. Nadie dijo nada del amor a octava vista, o a novena.

Porque el amor igual que viene se va, igual que te impregna se escapa corriendo a la ducha. Lo divisas a lo lejos y se esfuma en un suspiro errático. Y vas tú a poner el tapón para que las tuberías no te lo arrebaten, pero un champú con olor a violetas te ha irritado las pupilas. Puto champú. Putas violetas. Ya son muchas ostias contra el grifo. Con las pupilas limpias de nuevo, vuelves a creer en el amor a octava vista, o a novena. Y si las suyas están limpias también, quizá a séptima. Pero de repente aparece el verdadero amor, el amor a primera vista. El que te deja ciego desde el primer cruce de miradas, sin jabón y sin mierdas.

He visto, y por tanto amado, demasiadas veces, y fui perdiendo el criterio poco a poco. Llegué a ponerme un tripi en el ojo, pero solo conseguí acabar follándome a un árbol. Qué cosas se llegan a hacer para huir de los amantes nómadas. No me gustan los árboles, pero en tiempos de sequía sus troncos son reservas de agua. Y yo tenía mucha sed, quizá demasiada. Y yo no podía ver nada, pero tampoco quería. Y yo quería odiarte, pero no podía. Y yo quería recordar, pero no quedaba nada.

1 comentario:

  1. Erótico, sugerente y muy bien desarrollado. ¡¡Joder, J.R. demasiado pesimista!! ¿No? Me ha encantado.

    ResponderEliminar