sábado, 18 de diciembre de 2010

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Solamente quien ha probado el sabor de la soledad teme volver a encontrarse con ese sabor en cualquier plato. Empieza sabiendo un poco agrio, como un yogur caducado, pero enseguida se hace insoportable, y ni lavándote los dientes quince veces consigues quitártelo de la boca. Repite como el peor de los ajos, y te acompaña todos los días, todas las noches y las tardes en las que no duermes siesta. Y es que la soledad está presente en el entrante, el primer plato, el segundo y el postre, cuando incluso el más dulce acaba haciéndose amargo al llegar el café. Yo he probado ese sabor y no quiero que vuelva a aparecer en ninguno de mis menús.  Porque la soledad se convierte en tu sombra, y la única manera de librarte de una sombra es sumiéndote en la oscuridad. Por favor, que no se vuelvan a fundir mis plomos, porque no sé si esta vez tendré fuerzas para cambiar la bombilla.

2 comentarios:

  1. Acabo de darme cuenta por qué me gusta tanto lo que escribes: la metáfora. En serio, tienes una habilidad alucinante para convertir las realidades en alegorías, y hacía mucho que no leía nada igual.

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  2. jajajaja creo que haces un análisis super profundo de una realidad bastante más básica pero gracias :)

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