sábado, 25 de junio de 2011

/42/



Quien juega con fuego se quema, me decían las cenizas al apagar el último del día. Entonces me di cuenta. Solo ellas podían saber con absoluta certeza que era eso de jugar con fuego y acabar chamuscado. Ese día tuve que encender dos o tres veces cada cigarro que me llevaba a la boca. ¿Un mechero sin gas? No, solo el deseo de aferrarse a la vida antes de acabar aplastados en cualquier recipiente.

Ya que mi dolor de muelas no me dejaba dormir, me puse a pensar. Comprendí que la vida de los cigarros se basaba únicamente en esperar la chispa. Afortunadamente, yo no soy un cigarro (creo), así que no tengo tanto miedo como ellos a jugar con fuego. No descendemos del ave fénix, pero todo mito tiene parte de verdad, y sin duda todo humano tiene la capacidad de resurgir de sus cenizas.

Si fuera un ser racional, te diría que evitaras el fuego cuando existiera riesgo de quemaduras. Pero como perdí la cautela (y la cordura) hace algunos capítulos, voy más allá y te digo: QUÉMATE, INCINÉRATE, ABRÁSATE, INCÉNDIATE. Nunca dejes de buscar el calor, porque el único momento en el que un hombre debería sentirse frío es cuando esta enclaustrado entre cuatro paneles de roble. No te preocupes si sobrepasas el límite, para algo existe el hielo.

Tras tantas tribulaciones, me cansé de hablar con cenizas inertes y entró por la ventana esa ráfaga de aire que anuncia el final de la noche. Hoy me gritaba que debía dormirme antes de que el sol de la mañana sudorosa me salpicara. Qué duras son a veces las noches de verano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario