jueves, 30 de diciembre de 2010

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El amor es como esos días en los que sabes que va a llover, pero que comienza soleado. Todos sabemos que llegará un punto en que la tormenta será inevitable, pero mientras no se desencadene, no nos importa que cada vez nuestro cielo esté más nublado. Aún con todo, luchamos y luchamos hasta que nos damos cuenta de que la tormenta ya ha llegado y es inútil convencerse de que podemos seguir saliendo en chanclas a la calle. Y pensamos que lo mejor que podíamos haber hecho era trasladarnos a las antípodas en cuanto el anuncio de borrasca apareció en el telediario, ahora es demasiado tarde y solo puedes confiar en que el sol vuelva a tragarse todos los nubarrones. Entonces es cuando la lluvia roza tu piel y el frío lo abarca todo, y ya ni el mayor de los tornados tiene fuerza para arreglarlo. Y aún así siempre acabamos pensando que si sus labios se hacen hielo, no nos importaría morir congelados.

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